El monstruo.

Me escape de el laberinto de mi monstruo favorito.
El monstruo de ojos castaños grandotes, esos que me atrapan con solo verme.

Decidí huir de aquellas garras que no me dejaban ser, que me mantenían lejos de todo lo que yo amaba.
Mis amigos, mi familia, mis mascotas, mis maneras para expresarme.
Y no basto mucho tiempo para encontrar la salida, siempre estuvo en frente de mi, pero no quería verla.

Pero así como el cristal es frágil  en un momento mi corazón fue de cristal. No podía soportar otro día en el laberinto.
A pesar de que me encontraba en el centro, conocía el camino para llegar a la salida.
Y antes de echar a correr, me pregunté que sería de mi monstruo.
¿Qué pasará con el si me voy? ¿Tendrá otra pesa guardada en su cueva? ¿Capturará a alguien más?


                                                                    ¿Me extrañará? 

Y me detuve.
Me senté.
Lloré.

Porque, dentro, sabía todas las respuestas.
El sería libre de meter a quien quiera en su laberinto lleno de rosas sin espinas, de nubes color miel, de mariposas con las alas verdes.
Un laberinto que se transforma según mi estado de animo.
Cuando el monstruo no aparece, los rosales se vuelven púas y mas púas  no hay mariposas, no hay nubes, y por coincidencia, siempre llueve.
Pero, cuando el llega y me rescata, el día se intensifica. Las nubes cobran forma, el viento me sabe dulce, la llovizna nos moja sin necesidad de empaparnos.
Todo se vuelve natural, tranquilo y no tengo la necesidad de querer escapar.
Y aunque me gusta mucho el laberinto... no puedo pasar otro día mas en el.
Mi monstruo estará triste un par de días, pero estará bien.
Lo conozco, lo conozco mejor de lo que conozco al laberinto.

Corrí, y la salida se hizo más grande lo normal, como invitándome a salir, y antes de atravesar el portal, un suspiro me llamo por mi nombre.
-¿Me vas a dejar? - suspiró. -No te vayas, por favor. - Regresé la mirada, pero no pude ver nada. Tome un respiro, y esperé a que volviera a llamar.
El portal se me hizo pequeñito.
Ya no quería huir.
Y pensé en todas esas veces que soporte el dolor de las espinas, de las veces que dormí en el pasto húmedo. Todas las veces que esperé al monstruo y el no vino.
Pero, las veces que el dejaba todo por estar conmigo.
Donde sus brazos peludos me calmaban y no me dejaban estar mal.
Mi monstruo no era tan malo.
Pero su prisión era lo peor.

-Perdón, te juró que no voy a ir lejos.
-No me dejes. - Gritó.
-Estaré contigo, en cada mariposa que veas.
-No habrán mariposas, sin ti, no hay nada. Quédate.
-Eso quisiera, pero me duelen las cicatrices. - Y no respondió.
Las puertas del portal se abrieron de par en par.
El laberinto se lleno de mariposas.
Las nubes se hicieron de miel.
Y ya no había vuelta atrás.
-¡Te amo! ¡Nunca me olvides! - Gritaba mientras sonreía y me alejaba de aquel lugar.
El eco me respondió y sabía que de mi monstruo no había rastro.
Logré huir, y en ese momento me sentí libre.

Triste, pero libre.


Hace unos días regresé para saber de el.
El laberinto era un jardín.
Era verde, lleno de mariposas, lleno de vida.
Y mientras cruzaba el portal, una voz me grito:


                                                        -Sabía que volverías. 






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