La bailarina.
Al giro, con ritmo, con vueltas y más,
está la bailarina que no puede llorar.
Tropieza con su propia sombra,
salta por aquí, y por allá,
dejando pisadas por el suelo,
pisadas que cuentan la historia más triste del mundo.
1200 días de dieta a base de besos sabor fresa,
demasiadas horas para ser contadas,
demasiadas caricias, demasiadas canciones dedicadas.
Y mientras ella danza, frente al espejo,
con lágrimas en los ojos,
reprime las gotas de lluvia dulce que quieren brotar.
Ella no llora, desde que el no está.
Reprime el dolor.
Sutura sus propias heridas a base de palabras reconfortantes.
Pega benditas, por todas partes.
Sus ojos son fuentes secas desde enero, quizá febrero.
Un amor que no la dejaba comer,
la hizo victima de las canciones más tristes y sentimentales.
La hizo un dolor de tan solo ver.
Pero la hacía danzar, de una manera poco usual.
La hacía brincar, más alto de lo normal,
hasta el suelo, hasta el cielo.
Era una sola con la música.
¡La inspiración del amor, como quien dice!
¡Fuerza en las piernas y en el corazón!
Medias tan agujereadas como su alma.
Y a pesar del dolor físico y emocional,
ella bailaba.
Bailaba por el.
Y pasaba el tiempo, como pasan las personas en la vida de todos,
la dama de piernas tan fuertes como el acero se preparaba para el mejor baile de todo el tiempo.
Se preparaba para verle entre la gente.
En algún puesto.
En algún lugar.
Practica tras practica,
besos tras besos,
noches tras noches,
amor puro.
Amor de mentiras.
O solo amor.
Al fondo del vestidor, había alguien,
medias nuevas, sonrisa brillante.
Ojos de cristal, cabello negro.
Corazón palpitando a todo lo que da.
Una sola persona estaba en el publico,
en ese momento, solo existía una persona.
Una sola alma.
Salio, deslumbrante, mostrando su mejor sonrisa.
Busco entre la gente, solo para encontrar,
un ramo de rosas, tirado a mitad de la calle.
Una multitud rodeando un cuerpo.
Entre murmullos, entre personas, ella camino.
Camino solo para descubrir que ya no había nadie que la hiciera bailar.
Camino para llegar a ver, como su alma favorita, se elevaba al cielo.
Las lagrimas llegaron, como las estaciones llegan al año.
Se inclino, para besar su rostro, por ultima vez.
Entre un charco de vino tinto, se encontraba el.
Su respiración se había esfumado, junto con las palabras que debía decir.
Ella solo pudo imaginar un "te amo" entrecortado al ritmo de su respiración.
Adiós a la inspiración más bella de su vida.
1200 días.
Muchas horas, muchos besos y caricias.
Muchas tardes enseñándole a bailar.
Muchas tardes donde el estudio solo era para ellos dos.
¿Quién le enseñaría a mover su cuerpo, como lo hacía el?
¿Quién no le quitaría la mirada de encima?
¿Quién estaría con ella, hasta el final de la rutina?
Y entre giros, saltos, y lágrimas que no pueden salir,
está la bailarina, que ya no sabe sonreír.
Que ya no sabe para que bailar,
pero una promesa, no se puede dejar.
Pues ella se prometió, que aunque el no esté, ella no dejaría de danzar.
Pues, aunque el no esté, ella no lo dejaría de amar.
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