Tú eres la más bonita.
Ella es como el sol:
En las mañanas, nace despacito,
tímida, con cuidado, arreglando rayito por rayito,
para no salir despeinada en un dos por tres.
Al mediodía, ella se deja ver mejor.
Se esparce por todos lados, tratando de llegar a cualquier esquina,
a cualquier rincón.
Desde lejos la puedes sentir,
como su calor te hace estremecer.
En las tardes, cuando el ocaso se hace presente,
ella se arregla de otra forma.
Pinta el paisaje de rosas, púrpuras, naranjas y amarillos tenues,
ella sabe que verá a la luna.
Despacito se deja ir, dejando a sus rayos desperezarse sobre todo lo que alcance.
De la nada, a la vuelta, ve un rayito de un color distinto.
Blanquito, blanquito.
Se le parte el corazón de poquito, porque por esos minutos,
ella y él se saludan despacito.
Lento.
Cómo si uno no quisiera irse, y el otro no quisiera salir.
La luna deja que ella se vaya a casa,
la deja hacer hasta su última demostración de belleza.
Una vez qué sabe que ella ya no está, camina poco a poco,
hasta llegar bien a la cima del cielo.
Pero la Luna se pone contenta,
porque el refleja el brillo de ella.
Y aunque son distintos, y se besan sólo de vez en cuando,
ella todo los días se viste para él,
y él la deja hacer su espectáculo.
Es como si se amarán tanto, que no quieren arruinar el día del otro,
y los pocos minutos en los que cambian de turno,
uno le dice al otro, bien quedito y de lejitos:
Tú eres la más bonita, y gracias a ti, yo brillo.
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