Los hombres.

Hacen magia.

Con sus ojos te atrapan,

Con su sonrisa te hinoptizan.

Cuando caminan, cuando van de aquí para allá, tan ocupados que no sabes si realmente estén ocupados.

Y es que hay hombres que son como jazz en tardes lluviosas, como el café en las noches (un tanto obligatorio según dicta la norma) y los hay como acuarelas: traslúcidos y oscuros dependiendo de la fuerza que se les aplique.

Hay unos que valen tanto la pena como ganarse un par de ojeras.

Hay otros tantos que te siembran dudas y no cosechan ni maleza.

Hay unos que te miran tanto que te conviertes en pintura, y otros que te miran tan poco que parecieses un informe político a las 3 de la mañana en ese canal que sólo los extraños ven, porque no hay con quién irse a acostar.

Hay hombres (mis favoritos) que son arte puro. Esos que te hacen sentir chispas en las manos cuando los tocas; que te tocan y te hacen crecer flores por donde pasan las yemas de los dedos.

Esos que sin querer te dejan cicatrices en las mejillas de tanto besarte.

Ese tipo de hombres que caminan besando al viento, enamorando a todas; esos que tienen la espalda marcada y la sonrisa coqueta. Esos que te conquistan sonriendo, escuchando, versando tus versos, combinando sus pasos con los tuyos.

Esos hombres que son arte, que se te cuelan en los ojos, en las manos y en la vida.

Los que te poseen, te hechizan, te sostienen. Que caminan decidos por ahí y te preguntan los por qués de todo.

Hacen magia.

Te besan, te atrapan.

Te bajan la luna para prometerte el sol.

Te convierten en piedra como medusa...

Y ya nadie les da crédito, porque todos son una barbarie y son criaturas del mal.

Se les cataloga de infieles, de inmaduros, ineficientes y haraganes...

Ya nadie los defiende.

Ni porque se olvidan que no sólo del ovulo venimos, ni del ovulo fecundamos.

Valen tanto la pena como nosotras,

Y nadie los retrata como realmente son:

Piezas de artes abstractas que te tejen una telaraña de confusiones y mareas, y al mismo tiempo, te adornan la vida.

Ay, hombres...