Amores que no se olvidan.
El era como un domingo por la mañana,
como un domingo donde despiertas con el olor a cigarro en el cabello,
las ojeras a todo lo que dan,
nauseas y un par de canciones pegadas.
Ni siquiera recuerdas que fue lo que obtuviste la noche anterior, pero sabes que estuvo bien.
Algo se siente bien, aunque ahora seas un desastre.
El era un amor de los que no se olvidan.
De los que aparecen de quién sabe dónde,
que te besan hasta las dudas y te siembran ilusiones donde había sequías.
De esos amores que te marcan a las 3 de la mañana,
y también te marcan de por vida.
De esos que se acunan entre tu hombro y tu cuello,
que juega con tu cabello y te besa las clavículas.
El tenía la capacidad de traerme de vuelta cuando lo único que quería era escapar.
Sentía que sostener su mano, era sostener el mundo entero.
Que sus ojos, sus malditos ojos eran el universo.
Y yo, yo era una trotamundos cuando contaba los lunares de su espalda.
Me sentía exploradora cuando contaba sus pestañas.
El era un amor de esos que no se olvidan porque todo lo que hizo es para recordarse;
desde como acomodaba su cabello, hasta la forma en la que sonreía al despertar.
El siempre quiso tenerlo todo; saberlo todo, sentirlo todo,
y yo aprendía que todo es demasiado poco cuando los limites no tienen limites.
Estar con él era enamorarse de la vida misma,
era aprender de colores siendo ciego,
era sentir el cielo con las manos y besar las nubes.
Él era de esos amores que no se olvidan,
de esos que hacen que te lamentes no haber estado a su lado un segundo más.
De los que recuerdas antes de dormir, y qué, aunque pasen los días, los sientes vivos.
La distancia está acostumbrada a burlarse de este tipo de cariño.
Ni el tiempo sabe como diablos se puede mantener viva una flama de algo que se supone que ya se había apagado.
Y aunque todo parece positivo,
es que este tipo de amor sólo vive porque uno de los dos lo recuerda.
A uno de los dos le duele más.
A uno de los dos, no lo deja dormir.
Él era ese tipo de amor que no se olvida,
de los que desearías que fueran, aunque ya fueron.
Ojalá fuera tan fácil quedarse viendo por la ventana cuando cae la lluvia y no sentirlo;
ojalá fuera fácil no verlo en otras personas,
pero las cosas son así.
Ese tipo de amor te marca,
te carcome vivo,
te hace inhalarlo y exhalarlo las veces que son necesarias hasta que la paz vuelve a ti.
Te salvan de la rutina,
aunque es una rutina tratar de olvidarlos,
peleando contra los pronósticos, pues sabes que no se puede.
Que su recuerdo vivirá por siempre contigo,
y que lo vas a llevar a donde quiera que vayas.
Ojalá bastara mudarse de ciudad,
hacer nuevos amigos,
besar otros labios...
Pero no es así.
Y ojalá fuera así.
A ella le gustaba mucho cambiar la rutina cuando sabía que la monotonía andaba cerca,
a él le gustaba cambiarle la vida, porque sabía que ambos eran felices con eso.
A ella le gustaba la forma en la que él le cambiaba el mundo,
a él le gustaba el mundo en el que los dos vivían.
Ahora que él se construyo el suyo propio,
a ella le toca redecorar el suyo,
con pequeños rastros, pequeñas diferencias,
para no pensarlo tanto,
para tratar de olvidarlo tantito...
aunque sepa que es imposible,
porque él es un amor de los que no se olvidan.
Precioso escrito. Me encantó : )
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