Cuando el amor es imposible.
Ella no se cansa de ser preciosa,
de abrir los ojos por las mañanas y hacer que aparezca el sol.
A él le bastó un día para darse cuenta que ella tenía todo lo que podía soñar.
Le bastó que ella dijera que el cielo era morado para que él creyera que era morado.
Porque con ella todo era posible.
Pasan los días y este sujeto se da cuenta que la luz que ella emanaba, borraba las sombras que lo hacían temer.
Es que ella es mágica.
Cuando ella sonríe, todo se detiene.
Cuando ella ríe, todo pasa lento.
Y eso, a él lo vuelve loco.
Todo es perfecto.
Tiene talento para cambiarle los días...
Sólo hay un pequeño, pequeño problema.
Ella tiene quién le pinte el cielo de otros colores...
Es una lástima que a él el cielo se le haya quedado en morado,
aunque como dicen que la esperanza muere al último,
pues a ella le gusta el morado.
Porque tienen cosas en común,
pero él no es quién la hace reír,
y el tiempo no se detiene por él,
sino por alguien más.
Ella tiene estrellas en los ojos,
él tiene la vía láctea en la sonrisa,
los dos tienen talento para alegrarse la vida mutuamente.
Porque cuando él la ve,
cuando él la siente,
el tiempo pasa lento, se detiene,
las cosas dejan de ser cosas y obtienen un significado.
Cuando él la ve, está viendo el espacio entero.
Está conquistando países, lugares, planetas.
Cuando él la ve, se da cuenta que todo lo que ha visto se queda en 0.
Ella le pinta la vida de otro color.
Le da razones para tener más razones.
Pero insisto que hay un pequeño, un muy pequeño gran problema:
Ella no está sola, ni está esperando por alguien.
Y eso, a él lo vuelve loco.
Todo sería tan fácil si fuesen sólo dos en una misma ruta,
pero el amor es caprichoso y le gusta rompernos el corazón,
pues él en la fila,
cuando ella ni siquiera tiene que esperar.
Ella es mágica.
Mágica de verdad.
Porque ni siquiera le da razones para que él la espere,
y aún así,
él la espera.
Y es ahí donde tiene sentido el nombre de esta nota,
cuando el amor es imposible y te da ilusiones para que puedas esperar,
para tener la oportunidad de cambiarle el cielo a otra persona,
para caminar con ella en una vereda donde sólo sean dos.
No tres, no cuatro.
Dos.
Porque el amor es una perra disfraza de cordero,
porque quedarse implica ver la felicidad del otro, aunque uno no la provoque...
Pero es que él la quiere tanto,
que aunque su felicidad sea ajena,
él es feliz con esa alegría.
Y al final de todo,
él sigue viendo que las estrellas brillan más cuando ella le da las buenas noches,
que las estrellas brillan en ese cielo morado que es sólo para ellos dos.
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