Al final de las escaleras.
No conozco su rutina.
Desconozco si se come las uñas, si mira la luna,
si se sienta a comer solo o si camina sin pisar las líneas en el suelo.
No tengo ni la menor idea de lo que pasa por su mente cuando me ve,
tampoco sé muy bien si él realmente me ve.
Sólo sé que cuando me cruzo con sus ojos,
todo deja de ser grande y pierde su tamaño,
todo se vuelve diminusculo.
Pero igual me da por cantar más fuerte cuando me topo con su sonrisa,
me da por bajar saltando las escaleras y me da por distraerme de más.
Se me alegra la vida sólo con saber que él existe y respira.
No me preocupa su ropa,
no me preocupa la forma en la que camina,
hace mucho que no me preocupa como se ve,
sino de como sonríe,
de como habla y como se ríe.
Esos detalles que pasan desapercibidos,
esos son los que me gustan más.
Porque después de jugar a la paloma mensajera detrás de tantos mensajes,
te das cuenta que las cosas siempre han estado frente a tus narices,
sólo estabas muy ocupada viendo la hora y cambiando de canción,
estabas muy ocupada ignorando lo que podría, puede y podrá hacerte feliz.
Después de un tiempo dejas de buscar tantas cosas,
ni siquiera podrías llamarle conformarse,
simplemente es aceptación...
Como aceptar que el azul se le ve muy bien,
que su cabello negro brilla mucho, incluso cuando no está al sol,
que sus pasos son lentos,
y que sus mejillas son dos manzanas completamente rojas.
Y las cosas empiezan a ser más sencillas;
todo comienza a ser un poco menos difícil porque apresurarlo te quita las ganas,
porque jugar a las miradas es lo más divertido del mundo...
Porque cuando él me ve,
si es que lo hace,
se me hace un nudo en el estómago,
y me da por sonreír y voltear a otro lado...
Justo como creí que no volvería a pasar.
El temblor en las manos,
el restregarlas en la sudadera para quitarme los nervios.
El hecho de bajar y subir escaleras para poder estar cerca.
Así la monotonía se va alejando un poquito,
cuando de frente sus mejillas brillan más,
cuando se ríe y sus dientes resplandecen.
De esos detalles que no muchos notan,
de esos detalles que te hacen feliz.
Porque no se requiere mucho para ser feliz,
a mí me basta con pisar los últimos peldaños y encontrarme con sus ojos,
con agachar la mirada y sentir que aún me ve,
que por unos 3 segundos uno deja de ser invisible y se convierte en la pieza central del museo.
Esos detalles que te alegran tanto la vida,
que hasta tienes que escribir sobre ellos.
Porque al final de las escaleras se les puede ver,
cuando él sonríe y ella se congela, y no se puede mover.
Como dos ojos castaños, se cuelan en su ser,
esas mejillas rosas que no dejan de brillar,
que iluminan su vida, sin pistas dar,
porque al final de las escaleras,
cuando él va arriba y a ella le da por bajar,
a esos dos que fingen no haberse visto,
la vida se les vuelve a alegrar.
la vida se les vuelve a alegrar.
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