Untitled 25
Y ahí estaban, dos personas que jamás se habían visto bien.
Ella, con los brazos lastimados, las rodillas sangrantes, el afta brotando cerca de su labio inferior color cereza.
Allí estaba, viéndole de frente, admirando su cabello y la forma en la que su boca trataba de articular la frase.
Una frase sencilla.
Una frase que cambia vidas, destinos, viajes; que abre incógnitas, cierra heridas.
Una frase pequeña que es un mundo entero si lo pensamos bien.
Posa un dedo sobre los labios del otro, haciendo que aquella danza de temblores nerviosos se detengan por unos segundos.
Él, petrificado.
Ella, rebosante de esperanza y emoción.
Las rodillas que sangran tienden a cicatrizar, igual que las aftas y las heridas en los brazos.
Todo tiende a cumplir un ciclo.
Se para de puntitas, tomando su rostro entre sus manos, porque desde que lo vio lo supo, claro. Él era alto, tan alto que le quedaba grande, pero entre sus manos era pequeño. Se sentía pequeño. Como cargar un pájaro herido por primera vez, temiendo hacerlo mal... pero, lo hacía bien.
Él, sintiendo su corazón arder en llamas, tratando de recordar como se sentía el frío antes de que aquel inmenso calor que ella emanaba lo inundara hasta los mas recónditos rincones de su ser.
Ella, ansiosa, acariciando y reconociendo con el tacto la forma de sus cejas, de su nariz. Grabando su rostro con las manos, para tener así que dibujar antes de irse a dormir.
Ella sonríe y le dice una frase preciosa, preciosa de verdad.
Sus ojos se encuentran mientras deletrea, letra por letra, la frase que cambia mundos.
T e q u i e r o .
Él, sonriente.
Ella, enamorada.
El tacto se vuelve poesia, sus pulgares, exploradores.
Se acercan tanto que se reconocen sin haberse tocado antes. Como si el mínimo roce hubiera activado parte de sus recuerdos que, ninguno sabia que tenía.
Una olita con sabor a sal y a cereza, que combinados dan un beso. Un beso que los hace sentir que se habían buscado en otros labios hace mucho tiempo. Un beso que da como resultados dos pares de farolas en las mejillas. Un beso que sabe a canción favorita; a estallido, penumbra, la luz, una mano, un roce entre dos partes de cuerpos desesperados por el momento de posicionar labios sobre labios.
Un beso.
Una ola rompiendo con fuerza.
Un beso, como leer la carta que esperabas por mucho tiempo, esa donde por fin te declaran amor verdadero; esa que te quita dudas, que te quita miedos. Que barre el departamento que todos llevamos por corazón y lo acomoda de forma que, hasta los floreros tienen flores con agua fresca.
Él, loquísimo por ella.
Ella, tratando de controlar el latido de su corazón que va deprisa y luego desciende, como arritmia. Una arritmia que no enferma.
Se despegan, con cuidado de no dejarle nada al otro. Y en sus ojos, al reflejo, en un momento, sólo existen ellos.
Dos personas que no se habían visto bien, hasta ese día.
Un día donde ella, con el afta en el labio inferior por fin decide decirle que le quiere.
Que le quiere muchísimo.
Y él, decide aceptar que se quieren, y se quieren muchísimo.
Todo cumple un ciclo, se repite ella una y otra vez antes de dar el salto, antes de aceptar que ha encontrado quién complete el rompecabezas.
Un ciclo que empieza con una ola que rompe entre dos labios con sabor a sal y cerezas...
Porque ellos se quieren, y se quieren muchísimo.
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