Microcuentos hormonales 1: Están allí.

Microcuentos hormonales.

El aire se sentía frío. 
Sus mejillas no podían soportar del todo el viento que ahora corría con fuerza sobre su rostro. Y ante toda la mala suerte que se cargaba ese día (porque la mala suerte siempre asecha a los corazones aventureros) ella decidió esperar unos minutos más.

La noche avanzaba lento como arena en reloj. Tic tac, tic tac, escuchaba el reloj de su muñeca. 
No habían pistas, ni trazos; no habían mapas, ni señales... Pero ella quería esperar, a pesar del frío, a pesar de las luces intermitentes color naranja que dañan la vista sin querer. 

Ella guardó las manos dentro del abrigo color rojo que había encontrado en un bazar hace mucho, jugando con las pelusas que encontraba dentro; apretándolas, masajeandolas entre sus uñas, desasiéndolas. Todo servía para disminuir los nervios.

En la estación del tren, el único sonido era el silencio.
¿Quién quisiera esperar tanto tiempo, si los trenes venían y se iban sin cesar? 
Pero, ella estaba allí, contra los pronósticos del clima, cargando un paraguas en la mochila, sintiendo el frío viento recorrerle la cara y alzándole los rizos castaños que, antes de ser alzados, se desbordaban por su ovalado rostro.

Dio un vistazo al reloj, uno más nunca hace daño. Era tarde. 
Tenía miedo de la improbabilidad de las cosas, después de todo, sólo fue un mensaje. ¿Verdad? Era incierto, sólo fueron palabras escritas y enviadas a través de datos de telefonía celular.

Las puertas del vagón se abren. 
Una multitud de personas corre desesperada, empujandose entre ellas, parpadeando apresuradamente y frotándose con las manos. De verdad que hacía frío.

Pero, eso no importaba ahora.

Entre tantas personas, un rostro.
Un par de lentes, una bufanda azul.
La ausencia de fuerzas y energía en un par de ojeras casi moradas.
Un rostro.
Un par de ojos castaños y pestañas espesas, una boca rosita, un par de manos ocultas en los bolsillos del pantalón.

Entre tantas personas, él.
Era cierto, entonces.

Era cierto que cuando ves a alguien por quién esperas una eternidad, el tiempo se congela. Las personas, las calles, el trafico, la mala suerte.
Todo.

Él alza la vista hasta que se topan. Una sonrisa se ilumina en ambos. 
Ella está allí, lo sabe. Durante el viaje pensó que no lo estaría, pensó que se iría. Pensó en el clima, el trafico, el regreso a casa, el frío, sobre todo el frío.

Pero, estaban allí, viéndose como si no existieran mas personas en el mundo. Viéndose en vivo, a colores, aunque los colores estuvieran difuminados por la oscuridad de la noche... Pero estaban allí. 

Corre, alzando sus piernas al contacto de las caderas del otro. Desplegando sus brazos en un abrazo, atrapando su cuello y llenándole de besos en las mejillas.
Atrapa, como si fuera lo más valioso del mundo, sintiendo el olor de sus rizos castaños, como si el mismo peso de la espera se hubiese fundido con ella.

¡Allí están!
Dos personas que se habían buscado toda la vida, ahora están en un abrazo cálido que inhibe el viento frío en las mejillas. Están ahi, besándose los rostros, sabiendose existentes, juntos.

Están allí.
Después de la larga espera, de los mensajes, están allí.
Contando sus anécdotas mientras permanecen abrazados, uno al lado del otro, como siempre debieron estarlo. Como si el mismísimo clima hubiera decidido que haría frío para que estos dos pudieran darse calor. Calor en forma de abrazo, en forma de espera.

Están allí, sonrientes y cansados, con ojeras y las manos congeladas... Pero están allí, sintiéndose, resplandeciendo juntos.
Como si la vida misma hubiera estado de acuerdo en juntarlos.
Como si la vida misma quisiera que ellos estuvieran allí. 

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