Querida Samara
Querida Samara:
Te escribo porque te conozco mejor que nadie;
quizás aún pienses que hay partes de ti que los demás no se imaginan que tienes,
pero, afortunada o desafortunadamente yo sí conozco.
Y no, no tengas miedo,
prometo no hablar mucho de ello.
Algún día entenderás todas las cosas que hoy no,
algún día las cosas saldrán bien consecutivamente.
No tengas miedo.
No siempre dura el miedo,
mucho menos la indecisión.
Lo sé, porque crecí contigo, a la par;
crecí viendo como esa niña de dientes chuecos encontraba la manera de distintas formas,
a veces era en la oscuridad de su cuarto,
muchas otras fue en el jardín, debajo de la sombra del árbol.
Vi cómo empezaste a tomar decisiones y a temerle, de cierta forma a las consecuencias,
pero, sobre todo,
vi cómo empezaste a ser tú.
Te llenabas los ojos con las hojas verdes del árbol del frente,
y también te llenaste de cicatrices.
Te conozco tan bien que sé qué, ahora, estás pensando en la varicela,
en las marcas de tu rostro y de tus rodillas.
Te conozco tan bien que sé que piensas en el día del baño,
donde tu piel, el enojo, la tristeza y tus uñas se entendieron bien.
Yo sé que no quieres que lo diga,
pero sé que piensas en esa niña que, a los siete años,
pensó infinidad de cosas antes de quedarse dormida,
abrazando la almohada con fuerzas,
preguntándose porque una niña de siete años,
podría pensar en ello.
Pero,
mírate.
Mírate y asómbrate.
Ahora tienes 19 años,
un trabajo, amigos fantásticos y unos padres que se esfuerzan para hacerte feliz.
Mira lo que tienes,
mira hasta dónde has llegado,
a caídas, empujones,
visitas con el psiquiatra,
viajes, calles, caras, rostros.
Mírate.
Te veo feliz mientras lees esto.
Y eso me hace sentir orgullosa mientras escribo, también.
Estás en camino en convertirte en algo mejor,
lo sé,
porque confío en ti,
y porque sé que no te rindes.
Y eso me gusta.
Me gustan muchas cosas de ti, Samara.
Me gusta que siempre hagas muecas al verte al espejo,
y como intentas alegrar a los demás, haciéndoles reír.
Me gusta la manera en la que sonríes al caminar por la calle,
y como disfrutas ver tus pies.
También me gusta tu fortaleza, tu valentía.
Me gusta que te sacudas las rodillas siempre que te caes,
y cómo puedes observar el mismo objeto por minutos, casi horas, para evitar llorar,
aunque debo decir que también me gusta cuando lloras y logras contar lo que llevas guardado.
Querida Samara,
estoy feliz de verte crecer aún más.
Soy tu admiradora.
Estoy feliz de ver cómo esa niña que amaba las nubes hoy las puede tocar.
Y estoy feliz por ver que ahora caminas con la cabeza más en alto.
Hoy te escribo para recordarte que eres especial;
que no dejes de luchar por lo que quieras y que sigas siendo paciente,
eventualmente las cosas tienden a tomar un rumbo definido,
aunque, te conozco tan bien, que sé que ahora piensas en cómo todos nuestros planes siempre terminan siendo casi lo contrario.
Está bien, Sam, está bien,
podemos adherirnos al plan de no tener planes definidos.
También está bien que leas esto las veces que hagan falta,
cuando la ansiedad te haga visitas,
o cuando sientas que no eres todas las cosas que realmente eres.
Te quiero, recuérdalo.
Y siempre estaré feliz de verte crecer como persona,
como artista,
como soñadora.
No dejes de creer que todo es posible, nunca.
Eso es lo que más me gusta de ti.
Querida Samara,
te deseo todo lo que deseas con fuerza antes de dormir,
y recuerda que te amo,
hoy y siempre, para siempre.
atentamente:
tu yo feliz,
tu yo contaste,
tu yo que se emociona,
el yo que deberíamos siempre ser.
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