El pez dorado
Se ha rendido.
Golpeteo el acuario esperando a que nade,
pero, casi inerte, me hace saber con sus ojos abismales,
que las súplicas a base de vibraciones hoy no funcionan.
Le he observado por tres días,
centrándome únicamente en él al voltear hacia la pecera.
Ya no nada.
Ya, no nada.
Ya no, nada.
Los demás peces nadan a su alrededor,
ignorando la muerte; el acecho.
La pérdida de escamas y el adiós.
Todos siendo felices,
compartiendo la misma ignorancia.
Pronto, un pez dorado en la basura,
sin que le hagan una fiesta de despedida,
con los que le vieron morir como invitados.
Y un adiós, guardado en la punta de la lengua,
con más sentimiento que cuando, por primera vez le dije hola.
En un abrir y cerrar de ojos dejó de nadar.
Y se refugia para que el agua no le aporree más.
Espera paciente filtrar el oxígeno,
volver a nadar y dejar al abismo,
ver lo último que pueda ver,
porque el pez no conoció la libertad,
y ahora, dejándome, nada hacía ella.
Junio del 2015
Junio del 2015
Comentarios
Publicar un comentario