hoy nos volvimos a ver


hoy nos volvimos a ver.

entré al mismo lugar de siempre y mientras la música sonaba en el fondo, lo único que pude escuchar fue tu voz apagarse conforme me acercaba a la mesa de al lado. Tú me sonreíste y yo te saludé con la mano. Ella te tenía abrazado por el hombro, y yo juré que con nadie te verías mejor que conmigo, aunque ambos sepamos que es mentira: qué preciosos ojos y cómo le brillan cuando te ve.

A mí siempre me faltó más chispa.

Pedí lo de siempre. Nomás no me baja otra cosa que no sean las micheladas. Ella sí toma mezcal sin hacer caras. Qué talento que note esos detalles siendo que no estoy a tu lado. Hace mucho que habíamos dejado de notar los detalles del otro. Tú ya estabas cansado y yo juraba que siempre te sobraban otros cinco minutos, que cada vez se hicieron menos, hasta que nos faltaron los segundos y pam, un día, se acabó. Ya nos habíamos acabado. No pudimos hacer otra cosa más que abrazarnos y decirnos gracias. Gracias por tu tiempo, gracias por la paciencia, nos vemos por ahí.

Pasaron dos días y nos borramos de todos lados. Ya no soportaba saber que todos los likes que nunca me diste se los dabas a alguien más. Y me sentía patética al fijarme en eso. Me sentía patética de cambiar las calles por las que caminamos por otras más vacías, más lejanas. Me sentía patética por dejar de comer en los lugares donde nos reímos a carcajadas. Me sentía patética deteniéndome a acariciar los perritos que algún día acariciaste tú. Me sentía patética por borrar tus canciones, por esconder tu perfume, por guardar tus sudaderas en casa de alguien más. Patética por todo. Patética porque nunca quise que terminara y seguía llorando porque aferrada al sueño de que volvieras, el mismo sueño me abandonaba por las noches y al día siguiente, mis ojeras escribían tu nombre una y otra, y otra vez.

Besé más bocas, pero nadie sabía a ti. 

Abracé otros cuerpos, pero nunca tan fuerte como al tuyo.

Acaricie los cabellos de alguien más, pero nunca se sintió igual.

Hice y deshice la cama esperando encontrarte debajo de esta, pero sólo encontré las mañanas perfectas de un domingo donde tus ojos adormilados me adornaban la vista.

Dejé de cenar, otra vez.

Y la cuenta del agua llegaba cada vez más cara.

Y tú seguías en cada esquina de esta casa, en cada pequeño espacio. Aunque barrí tres mil veces y sacudí un millón más. Seguías aquí. Y me tuve que mudar.

Así sí volvías, no me encontrabas.

Pero, hoy nos volvimos a ver.

Y te brillaba la sonrisa mientras la besabas. Y a mí con cada beso que le dabas, se me rompía el corazón. Los pedazos caían en una danza dañina que me hería cada centímetro del estómago. Entonces pensé que ya no más micheladas, pagué la cuenta y me despedí.

“Siempre te voy a querer” escribí en el ultimo cigarro de la cajetilla, aunque te prometí que nunca más volvería a fumar.

Supongo que algunas promesas no son ciertas,

y nuestro para siempre se quedó atorado en tu garganta.


Comentarios

Entradas populares