A mis amigas

 A mis amigas.

Ser yo es una tarea un poco compleja. A veces soy mucho y cubro hasta las montañas. A veces soy minúscula como un granito de sal en la arena. He crecido en todas direcciones, soy las ramas más necias de mi árbol genealógico. A veces me encuentro siendo todo y a veces, muchas veces, soy nada. Hay días donde tengo puntas y cuatro caras; hay días donde sólo soy una curva infinita. Me he cambiado el esmalte millones de veces, por consiguiente me lo he arrancado millones más. A veces el cabello castaño, a veces negro, a veces corto, a veces largo, a veces lacio, a veces ondulado. He llorado, he querido, he gritado, me he reído y he vuelto a comenzar. De ahí que mi ascendente sea escorpio: lo que comienza termina, y la vida son ciclos. He sido misteriosa, he sido callado, he sido un rugido de león y el zumbido de una abeja; he cambiado, he permanecido, me he transformado y he vuelto a lugares conocidos. He sido tanto y he sido tan poco. Muchas veces a la mitad; el gris es de mis colores favoritos. Hay tantas escalas de gris, lo he aprendido en el camino... Y he sido arcoíris, un paraguas y una tarde lluviosa. 

He sido y hemos sido.

A ustedes, mis amigas, les deseo todas las sorpresas de este particular y muy hermoso universo. Les deseo cambios, crecimiento, encontrarse y perderse para volver a encontrarse. Les deseo transformación, les deseo lluvia para crecer como plantas y les deseo solecito para secarse las hojas. A ustedes les deseo risas infinitas y lagrimones de alegría; así como les deseo días de introspección y mucho, mucho amor. 

¿Quién más, pues? No otras más que ellas que crecieron, crecen y crecerán conmigo. Las que con 14 años juraban una amistad duradera. A ellas, que en un techo se contaban la vida. A ellas que entre chupitos de tequila se abrazaban. A ellas que son llamada, refugio, una noche en el coche, una película entre susurros y señoras que se ríen de pláticas ajenas que no me son ajenas porque sus voces ya casi 14 años en mis oídos. La mitad de una vida. Y una mamá, mamá maravillosa, mamá consejos, mamá cariños y regaños. La otra maestra, maestra de calma, maestra de serenidad, maestra leal. Y mi otra, chiquita, y tan grande, tan grande que ha crecido y que también extendió sus ramones en su árbol genealógico. A ellas, que las admiro, las quiero, las amo. A ellas que sonríen entre palabras en el teclado, cuando casi 400 km nos separan. A ellas que viven al nivel del mar y a mí me toca extrañarlas en la montaña. A ellas, a mis amigas, a mi familia. Qué bonito ser la hermana más pequeña de la familia que escogí alguna vez en algún salón en alguna escuela. Qué bonito ser una rama más en un árbol genealógico que plantamos juntas. Qué bonito saberme escuchada, atendida, asegurada, protegida. Qué bonita la vida, pues, que me cruzó los caminos hasta ellas. Y entonces, casi a los 28 rectifico: Ella que vi en el espejo con el uniforme azul y la corbata roja había llamado mejores amigas a las amigas correctas. Ella que se reía a carcajadas con la depresión encima cada miércoles de coincidir en las vacaciones había encontrado a su manada. Ella que con el corazón roto marco, había encontrado la línea correcta para desahogar sus penas. Ella, que en el asiento de atrás apreció la tarde, supo que había encontrado sus atardeceres.

Y a ella, de 14 años, le agradezco haber sido extrovertida para encontrar a sus amigas.

Y un beso en el alma se queda corto para compararlas.

A ellas: Astrid, Lena y Leslie, a ellas mi vida.


Comentarios

Entradas populares